Venezuela, tierra bonita donde siempre sale el Sol.
En mi tierra vive un gentío, por lo que somos producto de una gran mezcla de rasgos y culturas. Somos gente llena de color, duro trabajo y carisma particular. Dentro de nuestro ser existen los más interesantes sabores e incesantes aromas, algunos más ácidos, amargos y otros tantos más dulces.
Dentro del gentío, existe una parte de ella descubriendo sus raíces, sus pasiones y su razón de ser. El cacao venezolano es tan diverso que en ello nos estamos encontrando, nos vemos reflejados en sus virtudes y carencias. Quien llega a este rubro y se queda, es porque dentro de sí mismo escuchó el llamado de “Theo” del propio cacao. Suena místico, es así, el cacao está lleno de historias reales o no, igual son interesantes de escuchar y creer. Porque “creer” es el primer paso para quien se aventura a explorar las tierras ardientes del cacao, en la costa o en la montaña.
Los productores de cacao están llenos de amor por lo que hacen, muestran el camino a cada sector de su hacienda contando en su andar lo cultivado, cosechado y vivido. He aprendido de ellos que gozan de esperanza, colocan un granito de ella en cada nuevo comprador de cacao y una serenidad increíble para ver crecer sus plantas y generar cosechas. Sus acompañantes de haciendas siempre tienen algo que ofrecer, desde un delicioso café hasta unos racimos de cambur o plátano, y por si fuese poco, algunos te esperan con un gran asopado, plátano a la leña y aguacate. Cada viaje al campo, es un respiro para mi alma, fortalecimiento de mi espíritu y vitalidad para mi cuerpo. De algunas conversaciones con mis más cercanos
productores rescato frases que me han marcado, por ejemplo: “Caracas, es una selva de concreto que no me gusta visitar, mejor me quedo en Chuao donde respiro tranquilidad”. Y tiene toda la razón, en Chuao hay poca o nada cobertura telefónica, se goza de poco lujo material o exclusividad, allá la gente te ve, regala sonrisas, da los buenos días/ buenas tardes/ buenas noches, te saludan con franqueza, te invitan a parrandear por los logros y a guardar luto ante la pérdida humana de algún vecino. Otra frase fue “Uno siempre debe hacer lo que dice con el corazón, podría resumirlo como pensar, decir y hacer”. Y otra frase “Los cacaotales hablan, ellos quieres hacer de las suyas como nosotros, si están cansados se caerán y seguirán
produciendo mazorcas, si están viejos morirán y de su tronco nacerán otros hijos, si quieren llegar más alto lo harán. Yo los escucho, se cuándo me darán o no una buena cosecha”. Cierto o no, tiene sus razones para actuar como lo hacen, comprenderlos es un primer paso y saber justo cuando requieren realmente mejorar sus plantaciones e incluso sus condiciones de vida.
Una parte de ellos decide ver a sus mazorcas como logros personales y otros como dinero que nace en los árboles. Con nuestros productores siempre que el trabajo sea honesto y transparente, será fácil de establecer un vínculo y conexión, este puede ser tan grande que surgirá una gran amistad y un gran negocio en conjunto.
Otra gentecita somos hacedores de chocolate, valoramos el cacao no por su costo sino por sus cualidades y su trabajo, colocamos todo de nosotros para perfeccionar nuestro tostado, refinado, conchado y moldeado de barras. Somos gente de cualquier estrato social y diferentes profesiones que compartimos una misma pasión, el cacao venezolano.
Me permito decirles que una parte de mí está en el campo y la otra en la ciudad, me gusta el hecho de que pueda encontrar en cada cacao de Venezuela sus atributos y luego probarlos en un chocolate. Porque en esos chocolates estará su gente y su procedencia.
Como el poema de Benedetti diría, ésta es la “Gente que me gusta” y por gente como ésta me comprometo para lo que sea por el resto de mi vida, ya que por tenerlos junto a mí me doy por bien retribuida. Y a toda esa gente que consume nuestros chocolates, quienes valoran lo que pudieran encontrar en estas barras y quienes se interesan en aprender más de lo nuestro, para ustedes también el poema.
Para trabajar con el cacao y transformarlo en chocolate, el único requisito es tener la llama encendida de la esperanza sembrada en Venezuela.
Siempre gracias,
Mileidys Nieves